Habitación propia

Ya tiene rato que me ha costado más trabajo que nunca ubicarme en el mundo, en las vidas de terceros, en el espacio físico que me rodea. Es difícil admitirlo a mí misma. Le bauticé crisis de pertenencia. 
Una serie de eventos en el último año y medio me han traído a este punto exacto, donde efectivamente me encuentro en mi habitación propia, desde donde escribo. Donde me atrevo a llevar a cabo esa tarea de la que me había alejado por miedo a lo poderosa que puede ser. Donde escribo un texto sobre el espacio que me rodea. 
Dicho espacio es la Habitación Propia que en realidad nunca ha sido tal. Sí parece mía. Todo en ella es mío, pero, finalmente, no le llamo mi espacio en el mundo.
Es la habitación más aislada de esta casa. Una casa de la que he entrado y salido. Que por cómo llegué aquí, nunca la he sentido como un hogar, sino una mera casa, entendida como la mera edificación. Es el edificio, en la calle cerrada, donde encuentro todas mis cosas más preciadas. Pero es, finalmente, fría, grande y ajena. En teoría es la casa en la que crecí, pero parece ser que mi mente nunca la registró como tal.
Las paredes de esta habitación han sido testigos de los últimos 8 años de mi vida, aunque en episodios interrumpidos por mi estancia en otra habitación; aquella que está en el quinto piso de algún edificio, y que ahora es la habitación de alguien más. 
En esta habitación he llorado, bailado, puesto el mismo LP hasta el cansancio, leído libros buenos y pésimos, escrito poesía no tan buena y pésima, visto películas aburridísimas y otras hasta el cansancio. He colgado la cara de Timothée Chalamet cual adolescente enfebrecida, sonreído al techo por notificaciones en mi celular, así como llorado por las mismas. He acomodado los juguetes de plástico por color, los peluches en una esquina, y los libros con las portadas más bonitas los he parado volteando hacia mí. 
En la habitación he sostenido monólogos enteros conmigo misma. Me he cantado y también leído en voz alta. 
También en ella converso con mi principal interlocutora, que habita permanentemente este cuarto. Es La del Espejo, la que entiende alemán y sabe que tiene que ser paciente con quien aún no sabe declinar en todos los casos gramaticales ni con todas las preposiciones. Ella, mejor que nadie, entiende que no siempre me despierto sintiéndome bien. Que son más bien raros los días en que sí. Pero, es también mi animadora personal, la primera en decirme “qué guapa te ves,” “te quedaron súper las cejas hoy” o “qué buen sentido tienes para vestirte.” Es la que se deja tomar fotos de vez en cuando para subirlas a Instagram, porque sus ángulos son mejores que los que encuentro de este lado del espejo.
Finalmente, quizás no me encuentro en ella, porque no he querido; porque sé que mi estancia en ella es pasajera, y que, de hecho, la fecha de salida está más cerca de lo que me gustaría. Mi alma no está impresa en las paredes porque no les he querido dar el lujo. No sé si estoy lista para eso, pero la incertidumbre de no saber si algún día lo estaré o siquiera tendré el lugar —La Habitación Propia— es igualmente una pesadez sentimental que tiendo a ignorar. Una crisis de pertenencia, le digo. 
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Susana Rodríguez Aguilar, estudió letras. 

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