Habitaciones propias
Hace casi 10 años me fui de casa de mis padres y renté un departamento para leer, escribir y vivir en paz. Escribía poemas tirada en el suelo o acostada en la cama. Después me mudé a un primer piso donde tenía habitaciones de sobra; en una de ellas me encerraba a escribir por las noches sentada en una silla roja de Coca-cola, frente un escritorio abollado que un amigo me regaló. Ahí terminé de formar mi primer libro mientras escribía otros poemas para un proyecto por el que me habían becado. Hace algunos años me mudé de nuevo a otra casa compartida donde solo tenía una recámara. No fue lo mismo y busqué la manera de irme. Este año renté una casita lejana con dos recámaras y una sala para mis gatas. En una de las habitaciones me encierro a leer, escribir y corregir después de terminar el trabajo de la oficina. En ella coloqué las repisas que Gloria, una de mis exroomies, dejó en una casa anterior. Me compré un nuevo escritorio (que no sale en la foto). El cuadro de Sylvia Plath me