Habitaciones propias
Hace
casi 10 años me fui de casa de mis padres y renté un departamento para leer, escribir
y vivir en paz. Escribía poemas tirada en el suelo o acostada en la cama.
Después me mudé a un primer piso donde tenía habitaciones de sobra; en una de
ellas me encerraba a escribir por las noches sentada en una silla roja de
Coca-cola, frente un escritorio abollado que un amigo me regaló. Ahí terminé de
formar mi primer libro mientras escribía otros poemas para un proyecto por el
que me habían becado. Hace algunos años me mudé de nuevo a otra casa compartida
donde solo tenía una recámara. No fue lo mismo y busqué la manera de irme. Este
año renté una casita lejana con dos recámaras y una sala para mis gatas. En una
de las habitaciones me encierro a leer, escribir y corregir después de terminar
el trabajo de la oficina.
En
ella coloqué las repisas que Gloria, una de mis exroomies, dejó en una casa
anterior. Me compré un nuevo escritorio (que no sale en la foto). El cuadro de
Sylvia Plath me lo regaló Andrés en un cumpleaños. La laptop me la prestó mi
madre. El pizarrón y la lámpara yo los compré. Escribo sentada en una silla negra
que es de Penélope. Una escribe como puede y cuando puede con ayuda de personas
queridas. A veces desde la precariedad, a veces desde la abundancia.
Es
lindo rememorar las #habitacionespropias porque una lucha por estos espacios,
trabaja, se agota, pelea, se va, se encierra, incluso pierde a personas. Cuánta
energía no habrá en ellas. Siento cierta extrañeza al pensar que todos estos
años he luchado por tener un poco de paz y silencio. Es cierto que una necesita
de la soledad para dejar de escuchar el ruido externo y escuchar el ruido
propio. Una intenta dialogar con todo lo que está a su alrededor, sin embargo,
una también se vale de los puentes que cruza sola para encontrarse con una
misma. Y sí, una quiere tener una habitación propia donde pueda pensar: ese
ejercicio que parece conquistado, pero por el que una sigue luchando. Tener una
voz, tener un cuarto propio donde podamos sentir que al menos nuestras
emociones e ideas nos pertenecen.
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Iveth Luna, poeta.