Habitación im-propia

Recuerdo el umbral entre la estancia y la escalera de casa de mis padres en un Querétaro noventero más chancero que chilango e instalado en su eterna quietud dominical. En esa casa, en el corazón de la ciudad  (y que fue sólo una de las tantas por venir) aprendí a trazar “OSO SUSU”: palabra que se automatizó por tanto practicar, enseñándome además que el mundo tenía otro mundo, uno donde las palabras podían surgir como magia al contacto con la página. Palabras peligrosas, abiertas, alejadas de la correspondencia cratilista del mundo, coquetas y perdurables mientras aguantara aquella libretita de candado chiquito.  


Hoy, 26 años después, ya no vivo en casa de mis padres ni tengo libretitas de candado: paso los días estudiando el posgrado en Filosofía y comparto casi todo con mi hijo / duende / mimo / cómplice de 8 años: “mi habitación” es suya también. 
Aún trato de entender la magia de las palabras y leo más de lo que escribo. 
Busco aquello que Virginia Woolf llamó “la cáscara”, ese “algo” para rescatar antes de aventar el día por la borda y que puede ser usado para dibujar ideas o peces. Confió que el regreso infinito a nuestra propia habitación salvaje, es algo que no termina: viene impropio, lleno de mudanzas, deudas o despedidas. Ojalá esta habitación que comparto no sea la última, ojalá vengan otras; alguna con vista al mar, en el piso de una pista de circo o en las escalinatas del teatro. Anhelo tener medios suficientes y temple para escribir mejor; tomar muchos talleres, dar paseos largos, enamorarme de algún poeta bailarín, reír a carcajadas, sembrar albahaca, ver películas de Agnès Varda y todo eso que creo ayudará a descifrar el secreto de aquél hechizo revelado ese día del “OSO SUSU”, pero mientras, en lo que el conjuro me sale, les comparto este otro umbral de libros, trastes y desorden:  

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(La foto del sombrero es de mi querida amiga tica @alarcon.26)


María Yolanda García: mamá, estudiante de posgrado, fan del circo hecho a mano. 

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